Máquinas, humanos y marihuana: nuevas tecnologías al servicio del cannabis

El cultivo, el comercio y el consumo de cannabis se han sofisticado gracias a los avances de la tecnología. La singularidad ha llegado. La máquina hace tiempo que superó a su creador. Nos ha doblegado en velocidad, en transparencia, en precisión, en cálculo, en observación, en fidelidad, en potencia… La herramienta ha cobrado vida, nos ha mejorado, y no es tan fácil de detener, pues no se encuentra sola. La humanidad ha engendrado un gigantesco cerebro cada vez más consciente formado por millones de inteligencias artificiales, plagadas de sensores, y conectadas en red, que poco a poco sustituyen a las profesiones tradicionales. Los dispositivos aprenden rápido, conocen nuestros hábitos y, con la ayuda del ser humano, han empezado a mapear hasta el último rincón de nuestra realidad.

Más limpio. Más puro. Más concentrado. Sin humo. Sin intermediarios. Los avances tecnológicos en el cultivo, comercio y consumo de cannabis permiten a los usuarios disfrutar sus efectos placenteros y minimizar los riesgos derivados de su uso. Tras minuciosas selecciones genéticas, la investigación en materia cannábica ha logrado variedades más contundentes y productivas adaptadas a los diferentes climas, incluso a crecer en interior sin ver nunca la luz del sol. Hay incluso quien se plantea sembrarla en otros planetas. Sistemas hidropónicos y aeropónicos, iluminación por LED, LEC, inducción magnética… Cultivos monitorizados desde el teléfono móvil, flamantes vaporizadores, plantas feminizadas, otras de ciclo rápido, variedades medicinales, filtros anti olor, mercados anónimos, útiles aplicaciones y un largo etcétera de productos y dispositivos para los usuarios más exigentes y variopintos.

Pero también se han creado, y se siguen creando, cannabinoides sintéticos, cada vez más potentes, de efectos enigmáticos en la exploración de nuestra mente. Tuve ocasión de probar un par de veces, hace ya unos cuantos años, uno de ellos, llamado JWH-018. Neurotransmisores sintéticos, nanotecnología aplicada a los receptores del cerebro. Un miligramo de polvo blanco, fumado. Me zambullí en una burbuja donde no existía el tiempo. Una comprensión de la realidad más allá del lenguaje, a cámara lenta, de pensamientos opuestos simultáneos en multiversos paralelos. Poco que ver con los aromas y aceites de la planta, lejos de sus afrutados terpenos. ¿Mejor o peor? ¿Natural o sintético? ¿Dónde se sitúa el término medio?

La naturaleza al completo es tóxica: toda la tabla periódica, y también los seres vivos, si se administran en exceso, resulta que pueden matar. Incluso el agua, fuente de vida, bebida en gran cantidad en un corto período de tiempo, provoca alucinaciones, graves daños cerebrales, y muerte. Así, el secreto radica en la variable que marca la verdadera frontera entre alimento, medicina y veneno: la dosis. Sólo el conocimiento impedirá que nos dejemos bloquear por el miedo.

Pese a las interesantes posibilidades psiconáuticas de los cannabinoides elaborados en un laboratorio, el avance tecnológico que personalmente más me ha fascinado en el dilatado abanico de productos cannábicos ha sido el aceite esencial de la planta. Una nueva dimensión del cannabis. El dabbing se convirtió en mi deporte favorito durante una buena temporada. Un bong de borosilicato con agua conectado a una válvula de titanio que se calienta previamente con un soplete y sobre la que se aplica una bolita de aceite del tamaño de la cabeza de un alfiler. Una sola bocanada de vapor frío y sabor intenso que te sumerge en un globo muy lúcido y limpio durante horas, listo para afrontar el día con una radiante sonrisa entre mejilla y mejilla.

Recuerdo también tomarlo por vía oral, en gotas con sabor a canela elaboradas según una antigua receta bíblica. En Bélgica, cerca de la frontera con Holanda, vi barrios enteros dedicados a trabajar en la industria cannábica en la clandestinidad para abastecer de medicinas a los coffeeshops holandeses, que venden por vía legal productos adquiridos en el mercado negro, cultivados en su mayoría en armarios caseros. ¿Por qué nos empeñaremos en seguir perpetuando tan absurdos bloqueos?

La guerra no funciona. Todos salen perdiendo. Y las máquinas lo están difundiendo. ¿Por qué los humanos aún financiamos cruzadas contra nuestros propios hermanos? Sí, son humanos diferentes, y precisamente las diferencias nos enriquecen, y son las que, en el fondo, aún nos salvan como especie. Armémonos, pues, de amor hasta los dientes. La tecnología, al igual que la naturaleza, en su justa medida, nos sirve de alimento, y de medicina, pero también nos puede matar. Por lo tanto, evitemos usarla como veneno y descubramos, desde la reverencia y el respeto, su rostro más placentero. Pleno desempleo, recursos compartidos, riqueza global, fiestón eterno. ¿Soñamos que ya han comenzado a cambiar las reglas del juego?

Foto: Wikipedia

Texto: Igor Domsac. Todos los derechos reservados

Igor Domsac (1977 Segovia, España) Periodista, corrector, traductor y artista multidisciplinar. Ha trabajado en medios como la agencia EFE, Diario 16 o la AFP en París. Fue director de la revista Enteogenia y ha participado como autor, corrector y traductor en numerosos libros sobre sustancias psicoactivas, entre los que se incluye la edición en español de Tihkal y Pihkal.

Fue coordinador de salidas en la delegación madrileña de Energy Control y ha colaborado en revistas como Interzona, Cáñamo, Generación XXI o Cannabis Magazine. Fundador de la asociación Alter Consciens, dedicada a las artes escénicas y las tecnologías de la consciencia. En la actualidad, construye día a día su casa en la isla de La Palma, donde vive desde hace años con su compañera, Ianire, y sus dos hijos, Aiur y Suhar.

 

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