O me lo parece a mí, o siempre que hablamos de reformar las políticas de drogas, tenemos la necesidad irrefrenable de saber qué porcentaje de la población apoya la legalización del cannabis, la actividad de los clubs, la legalización de todas las drogas, o alguna reforma de vete a saber qué aspecto. En el imaginario colectivo ha cuajado la falacia de representatividad, es decir, sin el 50% a favor de la regulación cualquier discusión devendrá imposible. Se asume, con mayor o menor atino, que ningún partido político, por mucho que a estas alturas haya mostrado su apoyo, nunca dará paso reformista alguno, sin tener la seguridad que el castigo electoral será mínimo o nulo.
Como si gozar del 50% ofreciera cierta seguridad. La falacia de representatividad evidencia que las minorías y las libertades individuales pueden permanecer en un discreto segundo plano, o directamente obviarse. Cuando se implementó el prohibicionismo nadie preguntó qué porcentaje estaba a su favor. Se hizo y punto: había voluntad política. En dirección contraria, tampoco hace falta el 50% para reformar las políticas de drogas, pero claro, aquí ya no tenemos tanta voluntad política. Y, la representatividad constituye un treta ideal para pedir paciencia a la parroquia reformista.
Asumamos, ni que sea a desgana, que se necesita el 50%. Si esto es así, veamos cómo de cerca estamos de empezar la reforma. En ocasiones, se utiliza la encuesta EDADES para mostrar que porcentaje está a favor de la legalización, pero no se pregunta «¿está usted a favor de la legalización?», sino que la interrogación es «¿Qué acciones contra las drogas deben realizarse para resolver el problema de las drogas?» (la negrita es mía). En consonancia la gente responde sobre acciones para «resolver el problema», y no sobre la legalización. Aunque entre las acciones encontramos legalizar el cannabis (33,1% a favor) y todas las drogas (19,6%). Como la pregunta es indirecta tampoco podemos saber cuanto queda para alcanzar el 50%, pero da a pensar que bastante.
Dos estudios del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud aportan más luces sobre la cuestión (Rodríguez, Megías, Megías, Rodríguez y Rubio, 2014; Megías y Rodríguez, 2016). El estudio de 2014, sondea a la población general (15-65 años). El 52,1% está a favor de permitir la venta de cannabis, aunque el 44,4% aboga por «su venta controlada a adultos en farmacias o en sitios autorizados» y solo el 5,9% considera que debe venderse sin restricción. En relación a los clubs de cannabis, el 50,4% se muestra, en cierta a medida, a favor. De estos el 22,2% apunta que «no me molestan, que cada cual haga lo que quiera mientras no me afecte», es decir, los toleran por desinterés y no por una convicción firme sobre su idoneidad. Me muestro receloso a considerar que estén a favor. No lo están. Sencillamente no les molestan. Creo que hay notable diferencia entre estar a favor y no molestar. A favor «auténticos» queda solo el 28,1%.
El estudio de 2016, encuesta a población juvenil (16-34 años). El 62,2% es partidario de la venta de cannabis a adultos, de los cuales el 53,6% considera que bajo control (farmacias o sitios controlados). Relativo a los clubs el 25,6% les «parece una buena iniciativa», mientras que un 30,2% «no le molestan», es decir, existe mayor proporción de quienes «les da igual» que a favor. De todos estos datos queda claro, tanto entre población general como juvenil, que más del 50% está a favor de la venta a adultos. Pero desconocemos que modelo de regulación (esto de la venta en farmacias despista un poco), y sobre todo, para que finalidades cuando se afirma la conformidad. Me pregunto si para algunos, el acceso controlado hace referencia exclusivamente a las finalidades terapéuticas. El próximo reto de investigación en políticas de drogas es conocer que porcentaje está a favor para cada uno de los modelos de regulación y para qué usos. Queda pendiente.
En Megías y Rodríguez (2016) se observa como los jóvenes son más favorables a la venta de cannabis que los adultos. Es tentador pensar que el porcentaje se mantendrá estable cuando los jóvenes sean adultos, y que es solo cuestión de tiempo que la mayoría esté a favor de la legalización. Las coyunturas vitales, hacen cambiar de opinión, o sino que se lo pregunten a aquellos que vaticinaron, a principios de los ochenta, que en España en unos años, gobernaría siempre la izquierda, porque los votantes de derecha más envejecidos desaparecerían por el inexorable devenir del tiempo, y serían reemplazos por los jóvenes de izquierda. Una lógica parecida pasa con la cuestión de las drogas, hasta hace poco sostenía que el discurso de la normalización ganaría territorio al prohibicionista, porque los jóvenes que conocen el mundo de las drogas lo mantendrían cuando fuesen adultos. Idea compartida por bastantes colegas.
Y, esto no es así, el trabajo que estoy perfilando -permítanme el spoiler- sobre familias y consumos de drogas, evidencia que algunos padres y madres abandonan el discurso de la normalización para recuperar uno pseudoprohibicionista. No evalúan en el mismo sentido los riesgos cuando los asumen ellos/as que cuando lo hacen sus hijos/as. Eso sí, muchos mantienen el discurso de la normalización, de la misma forma que muchos se mantuvieron como votantes de izquierda. Me genera incertidumbre prever que discurso dominará el fenómeno de los consumos de drogas en los próximos años, y en consecuencia que porcentaje estará a favor de la legalización. En la actualidad, parece que en relación al cannabis está llegando al 50%, pero queda lejos legalizar todas las drogas.
Me gustaría pensar, a pesar del tiempo desperdiciado en la esperar, que cuando se alcance el 50% se empezará la regulación. Pero el análisis de la lógica político-social me hace ser más prudente porque nos aparece la falacia de la idoneidad. La mayoría de partidos parecen evitar la discusión tanto tiempo como sea posible, como si no estuviesen dispuestos a enzarzarse en una reforma con resultados inciertos. Fidel Moreno así lo evidencia en la revista Cáñamo con su «No entrevista a Podemos». Ni rastro de la reforma de las políticas de drogas entre las 97 resoluciones propuestas por sus círculos, es más, muestra como entre las bases se reconoce que la cuestión de las drogas no es un asunto urgente y que podría afectar al rendimiento electoral. Algunas facciones de Podemos, igual que una parte importante de la población, señalan que antes de las drogas hay otros temas más urgentes en la agenda política.
La falacia de la idoneidad nos muestra que si para discutir la reforma, antes se debe solucionar el paro, la corrupción, la deuda, la sanidad pública, el acceso a la vivienda, la emancipación juvenil, entre tantos otros problemas: nunca llegará la regulación. La gran mayoría son desajustes estructurales inherentes de las actuales sociedades. O se realizan profundos cambios estructurales o van a permanecer como elementos definitorios de la sociedad. Y, veo más factible, su perennidad que el vuelco estructural. Visto este escenario, esperar que la representatividad o la idoneidad sea adecuada es aplazar la reforma sine die.
Las dos falacias evidencian que la resistencia al cambio no viene exclusivamente por la vía prohibicionista, sino que partidarios de abrir el debate de la regulación, muy tolerantes y abiertos con la cuestión de las drogas, nos dicen será posible cuando «seamos suficientes» y «cuando toque». Considero estos argumentos tan nocivos como el propio prohibicionismo, con el agravante que aún gozan de credibilidad entre multitud de partidarios de la regulación. Si se continua esperando resignadamente en la cola de la estación de tren, cuando sea el turno de la reforma creo que solo quedarán billetes con destino al prohibicionismo.
Gráfica: David Pere Martínez Oró
Texto: David Pere Martínez Oró. Todos los derechos reservados
No puedes esperar caminos claros cuando la propia prohibición es una falacia. La argumentación sobre la misma ha llegado a estructurar tanto el cerebro de la población que no se puede hacer una aproximación racional que permita entenderla. Los esquemas mentales que sustentan la idea de la prohibición son un amasijo de hierros entrelazados que no permiten nada más que observarlos, y por otro lado un esquema mental bien organizado sería como un andamio que te permitiría escalarlo y llegar a mejores niveles de comprensión, cosa que no tenemos.
Así que antes de hablar de regulación habría que hablar de pensamiento. Pero pensar duele. Razonar un poco sobre el estado actual de las políticas de drogas desmonta una parte de tu sistema de creencias y eso pocos están dispuestos a hacerlo por el dolor que ello supone.