El haschisch y el poeta maldito. Baudelaire, a pesar de todo

Occidente acoge importantes saberes sobre la ebriedad; a pesar de su tendencia a un racionalismo, no pocas veces hipertrofiado. La filía hacia la ebriedad la reconocemos en su tradición cultural desde sus primeros compases.

En concreto desde los albores de la filosofía griega. Piénsese en la relevancia de la experiencia visionaria en Parménides o en la importancia de la ebriedad en Platón -la llamada manía platónica- o en las estrechas vecindades de la filosofía, en sus orígenes, con las tradiciones mistéricas y con el llamado chamanismo griego.

Efectivamente, las tradiciones del entusiasmo son variadas desde la misma génesis de Occidente.

El Occidente moderno tampoco es ajeno a este interés por el viaje del alma. Recordemos ese París de mediados del siglo XIX que preparaba el despertar de las vanguardias unas décadas después.

Un Paris, moderno pero de impronta romántica, interesado por todo lo que escapaba a cánones y oficialismos. Un Paris en el que la valoración de la imaginación y el cuestionamiento de lo convencional era considerado el prolegómeno de toda creatividad.

Desde esa tierra fértil Rimbaud nos hablará de esa visión iluminada y cargada de sentido que surge de la crisis y de la alteración de los sentidos. Se trataría de violentar el yo convencional y su representación del mundo para liberar la imaginación y la mirada.

Así, el poeta, nos mostraría en su palabra el testimonio de un viaje. Un viaje interior, por los hangares del alma, pero no por ello menos atento al mundo circundante.

Liberar la imaginación otorgará una nueva impronta al mundo liberando nuestra capacidad de mirada. Finalmente el mundo se nos revelará como otro, sin que nada cambie en su apariencia.

Las magistrales páginas que Walter Benjamin dedicara al haschisch, ya en el siglo XX, beberán de todo este caudal tan deudor del romanticismo…

De Baudelaire, en relación a esta tradición de ebriedad, quisiera hablar. Acaso sorprenda, ya que el autor de “Las flores del mal” aborda una crítica de los comedores de hashisch de ese Paris simbolista y parnasionista de mediados y finales del XIX.

Recordemos que Gautier había introducido el consumo de esta sustancia visionaria en ese París moderno y, al tiempo, romántico.

Por aquel entonces el haschich, preferentemente, se comía, con lo que sus efectos visionarios eran mucho más potentes.

En las críticas de Baudelaire a los comedores de haschisch se advierte el enorme valor que otorgaba al hastío existencial -al spleen-, según su criterio un auténtico modo de vida.

Para Baudelaire, el spleen es la conciencia hastiada de quien se sabe maldito frente a la coacción trágica y el azote irremediable del tiempo.

La creatividad humana solo surgiría de la conciencia de este spleen y de la capacidad de ebriedad; entendida esta como vía de acceso a la transfiguración del mundo. Baudelaire sabe de la ebriedad del vino y los alcoholes -incluso de la ebriedad de la virtud- y, como se hace evidente, de la propia ebriedad del poeta que sabe atender a esa visión iluminada.

En su poema en prosa “Embriagaos” nos dirá: “Hay que estar siempre borracho. Todo consiste en eso: es la única cuestión. Para no sentir la carga horrible del Tiempo, que os rompe los hombros y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin tregua. Pero ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, de lo que queráis. Pero embriagaos.

Y si alguna vez, en las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de un foso, en la tristona soledad de vuestro cuarto, os despertáis, disminuida ya o disipada la embriaguez, preguntad al viento, a la ola, a la estrella, al ave, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, preguntadle la hora que es; y el viento, la ola, la estrella, el ave, el reloj, os contestarán:

«¡Es hora de emborracharse! Para no ser esclavos y mártires del Tiempo, embriagaos, embriagaos sin cesar. De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis.”

Como podemos observar Baudelaire se decanta por la lucidez de la conciencia trágica y por la creatividad que suscita presentirla…

En su crítica a los comedores de haschisch no se aparta un milímetro de ese interés romántico por la ebriedad. Y esto conviene recordarlo.

Desde mi perspectiva, sencillamente, Baudelaire no conectó con el haschisch; aunque no por ello deje de ofrecernos reflexiones magníficas sobre la ebriedad. No olvidemos que no dejaba de pertenecer a la misma tradición intelectual que se interesó por el haschisch.

Por ello no debe sorprendernos que, el propio Baudelaire, utilice un poema en prosa como forma expresiva en que nos muestra su experiencia visionaria con el haschich. El poema en prosa no es una mera prosa poética. No nos encontramos con un relato.

Estamos, más bien, ante un canto, una impresión, una intempestiva, una composición de intuiciones, visiones y vivencias.

En sus propias palabras, el poema en prosa es el perfecto medio expresivo para “adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, y a los sobresaltos de la conciencia”.

Reflejar el viaje del alma exige una especial inmediatez con la vivencia, una inmediatez que deje de lado el trabajo de elaboración métrica y toda artificialidad poética.

Se trata de dejar constancia del aflorar de toda esa vida anímica, en su propio ritmo y compas, en sus alternancias de caos y claridades, lo más cerca posible de las tripas y del corazón del que surgen esas visiones.

Apelar a los poemas en prosa, para reflejar la experiencia visionaria, no es una intuición menor. Se trata de que la experiencia palpite en la palabra, dejando de lado toda formalidad estilística.

Baudelaire, incluso en su desencuentro con el cannabis, no dejó de darnos lecciones magistrales… Atiende al moverse del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia…

Y así nos entrega, la que acaso sea, la figura literaria más adecuado para dejar traslucir las experiencias visionarias.

Demos la palabra a Baudelaire y a “El poema sobre el haschisch“:

”La segunda fase se anuncia con una sensación de frescor en las extremidades, y con una gran debilidad; uno siente, como se dice vulgarmente, que tiene las manos de trapo, la cabeza pesada y una estupefacción general en todo el ser.

Los ojos se agrandan, se sienten como tironeados en todos sentidos por un éxtasis implacable. La cara se llena de palidez, se vuelve marmórea y verdosa. Los labios se retraen, se recogen y parecen querer meterse para adentro.

Roncos y profundos suspiros se exhalan del pecho, como si nuestra, naturaleza anterior no pudiera soportar el peso de esta nueva naturaleza.

Los sentidos adquieren una finura y una agudeza extraordinarias. Los ojos penetran el infinito. El oído percibe los sonidos más imperceptibles en medio de los ruidos más violentos.

Y las alucinaciones comienzan. Los objetos exteriores adquieren apariencias monstruosas. Se nos revelan bajo formas desconocidas hasta entonces, luego se deforman, se transforman, y finalmente entran en nuestro ser o bien nosotros entramos en ellos.

Los equívocos más singulares, las trasposiciones de ideas más inexplicables, se producen y se desarrollan. Los sonidos adquieren color, los colores adquieren música.

Las notas musicales son números, y vosotros resolvéis con espantable rapidez prodigiosos cálculos aritméticos a medida que la música penetra vuestro oído.

Estas sentado y fumas; pero crees estar sentado en tu pipa y que es tu pipa la que te fuma; y es tu propio ser el que se desvanece bajo la forma de nubes azuladas.

Te encuentras allí muy bien, salvo que te preocupa y te inquieta una cosa: ¿Cómo haces para salir de la pipa? Esta fantasía dura una eternidad. Un intervalo de lucidez nos permite con gran esfuerzo mirar el reloj. La eternidad ha durado un minuto”.

Así, nos narra Baudelaire su experiencia comiendo haschisch. Se nos insinúa un Baudelaire descolocado y confundido, lo que quedará confirmado en el mismo poema al abordar su crítica a esta sustancia.

La distorsión de la conciencia ordinaria no parece haber liberado su capacidad imaginativa sino, acaso, solo confundirla entre molestias y emergencias de estados disociativos. A Baudelaire, efectivamente, no le gusto el haschisch.

Claramente, le desbordó la experiencia, aunque no por eso deja de ampararse, para criticarla, a la misma tradición de ebriedad a la que quedaba acogida la ingesta de cannabis.

De hecho apelará al vino y a la ebriedad poética en su pleito con el haschisch: “El vino exalta la voluntad; el haschisch la aniquila. El vino es un apoyo físico; el haschisch es un arma para el suicidio. El vino hace bueno y sociable; el haschisch aísla.

El uno es laborioso, por así decirlo; el otro, esencialmente perezoso. ¿Para qué trabajar, en efecto, laborar, escribir, fabricar lo que sea, cuando se puede obtener el paraíso de un solo golpe? En fin, el vino es para el pueblo que trabaja y que merece beberlo.

El haschisch pertenece a la categoría de los goces solitarios; está hecho para los miserables ociosos. El vino es útil, produce resultados fructíferos. El haschisch es peligroso e inútil…

Terminaré este texto con algunas hermosas palabras que no son mías, sino de un notable filósofo poco conocido, Barbereau, teórico musical y profesor del Conservatorio.

Yo estaba cerca de él en una reunión donde algunas personas habían tomado el bienaventurado veneno, y me dijo entonces con acento de desprecio indecible: No comprendo por qué el hombre racional y espiritual se sirve de medios artificiales para llegar a la beatitud poética, puesto que el entusiasmo y la voluntad bastan para elevar lo a una existencia supernatural.

Los grandes poetas, los filósofos, los profetas, son seres que, por el puro y libre ejercicio de la voluntad, consiguen llegar a un estado en el que son a la vez causa y efecto, sujeto y objeto, hipnotizador y sonámbulo. Yo pienso exactamente lo mismo.”

Baudelaire parece querer justificarse y ajustar cuentas tras haberse visto baqueteado por el genio del haschisch. Nos habla del suicidio que supone ingerirlo pero, al tiempo, del paraíso artificial que depararía. No le gustan sus éxtasis, acaso por hacerle olvidar ese spleen.

Al tiempo, afea a los aficionados al haschisch el hecho de refugiarse en ciertos paraísos químicos. ¡Como si fuera tan sencillo dirigir la ebriedad química a la escena previamente deseada!…

La verdad, no puedo dejar de sospechar que Baudelaire ingiriera una mezcla de cannabis con opio; algo que no era raro en la época. De hecho, en “Los paraísos artificiales” asoma la ebriedad servida por ambas sustancias y no solo el haschisch.

La ingesta de esta mezcla explicaría el contexto de su crítica. Y es que el poeta maldito buscaba en la ebriedad la potenciación de la vida y no un lenitivo. A todo Baudelaire también se nos descuelga con la típica objeción, afectada y moralizante, de que ciertos estados se pueden alcanzar sin tomar nada…

Algo que ni quita ni pone en relación al uso de dinamizadores químicos que abran a ciertas experiencias. Con todo, su obra, nos deja reflexiones sobre la ebriedad sublimes al tiempo que nos muestra la expresividad de los poemas en prosa como el medio más idóneo para nombrar la experiencia visionaria.

Unas cuantas décadas después el filósofo Walter Benjamín, en la misma estela postromántica que Baudelaire, escribiría uno de los libros sobre experiencias con cannabis más importantes que jamás se hayan escrito.

No nos equivoquemos, más allá de los enconos de Baudelaire con el haschisch -en realidad un asunto menor- el propio Baudelaire junto a los simbolistas franceses o a poetas de la talla de Rimbaud tejieron una de los abordajes a la ebriedad más ricos de nuestro tiempo.

Todo ese torrente de creatividad encontraría en el haschisch y en esos clubes de comedores de haschisch una referencia decisiva.

En nuestro país Valle-Inclan fue el poderosísimo eco de toda esa cultura cannabica. Basta con considerar la enorme talla de los autores citados para tomar conciencia de la gran relevancia cultural que tuvo el haschisch en la Europa de finales del XIX y comienzos del XX.

Habrá quien compare todos estos refinamientos con el páramo que deja la prohibición desde sus políticas y desde su propaganda. En realidad dejaríamos de hablar del cannabis para hablar de la prohibición y de lo que ésta promueve. Básicamente, daño y barbarie.

Imágenes: Wikipedia

Texto: Jose Carlos Aguirre. Todos los derechos reservados.

josecarlosaguirreJosé Carlos Aguirre (1965 Madrid, España) Ha escrito y editado diversos artículos y libros sobre experiencia visionaria y ha dirigido la Colección Soma en la Editorial Amargord.

Como filósofo, entre sus ámbitos de atención preferente, figura el de la creatividad y riqueza propia de los procesos perceptivos y su relación con discernimiento e imaginación.

Edita y saca adelante el blog Phantastika Blog Sus horizontes de reflexión se centran en ese necesario rescate que desde percepción, carne y experiencia necesita tanto la mundanidad contemporánea como la razón moderna.

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